domingo, 27 de julio de 2014

Proyecto a la vista



“La vida puede resultar tremendamente difícil cuando se ha esperado vivir en otra época. A diferencia de muchos personajes a quienes la historia ha clasificado como adelantados para su tiempo, al parecer, yo nací tardíamente”.

No sé qué tan cierta puede ser esta afirmación: en primer lugar, porque estoy muy lejos de ser un personaje que sea tomado en cuenta por la historia, aunque esté próxima a convertirme en uno, gracias a la inventiva de una mente con grandes fallas. Como segundo lugar, se antepone la razón de no renunciar a esta vida luego de haberla experimentado en un período donde todo está al alcance de la mano; donde no se debe esperar días para obtener la respuesta de un mensaje; o, donde las distancias, por lo general, no representan un problema.

Sin embargo, como la imaginación da para muchas cosas, me dispongo a cambiar de vida. El escenario no lo tengo claro, supongo que dejaré a Jane guiarme por sendas desconocidas, encender luces en pasajes poco claros de mi memoria, alegrar un instante de mis días. La dejaré llenarme de sueños que podré compartir con ustedes, donde la realidad y la ficción puedan darse cita; claro, sin que ellas sepan la verdad.

Extiendo a ustedes la invitación para que me acompañen en un viaje que tomará forma por medio del . . .



Domingo, 27 de julio

Mi despertar ha sido sumamente extraño. En voces ajenas y a la distancia escuchaba mi nombre repetirse sin parar.

Tras varios sucesos de similares características, decidí dejar un registro de lo que ocurría cada vez que era llevada de manera irregular a otros escenarios. Lo que llevara conmigo a esos viajes tendría que ser algo que pudiera tener a mano, fácil de transportar y de ocultar a otros. Entre varios objetos, un cuaderno se presentó ante mí, como una opción cómoda y segura. Con sorpresa he descubierto que mi elección ha sido acertada, no he perdido el cuaderno; por lo que ahora, al encontrarme sola me dispongo a redactar parte de lo vivido.

En el transcurso de la mañana nadie parecía sorprendido por mi presencia; es más, me atrevería a pensar que llevan un tiempo tratando conmigo, no solo porque esperaban mi presencia para comenzar a desayunar, tal como lo indicó una de las muchachas que fue a despertarme, mientras la otra dejaba sobre la cama el vestido que me vi obligada a llevar durante gran parte del día. Confieso que no representó dificultad alguna el vestirme. Di utilidad a casi todo lo que dejaron. Con lo que no pude lidiar fue con mi cabello, opté por trenzar la mitad superior y dejar suelto el resto. Durante el desayuno se dio la orden, a una de mis compañeras de desayuno, que debía recoger mi cabello por completo; la decisión se justificaba por lo inconveniente que sería para todas las mujeres de la familia si por un capricho me llegaba a presentar así en la iglesia.

Aún me cuesta trabajo imaginar la cara que puse cuando se terminó el juicio en mi contra. Quizás, exagere, pero el saber que debía acudir a la iglesia fue como un castigo para mí, desde muy pequeña había decidido cortar todo lazo con la religión, hacía mucho tiempo que veía a Dios un eslabón más arriba que nuestras explicaciones humanas, significaba algo más que sentarse un domingo a escuchar a una persona que, a su vez, trataba de hacer calzar sus ideas con las de Dios. Dios es él y ya está, no requiere explicaciones ni siquiera que nosotros aceptemos su existencia. Más tarde me enteré que mi actitud no pasó desapercibida, pues Cassandra, como me enteré que se llamaba mi prima (a todo esto tengo una familia en el 1800) me dijo que su madre era bastante estricta y que no dejaba ningún detalle al azar.

Cassandra, fue bastante amable al ponerme al tanto de mi situación. Expresó su entera conformidad frente a mi actitud, puesto que consideraba cualquier punto de desencuentro con su madre un triunfo; no importaba la persona ni la situación o el momento en que sucediera (solo debía pasar). Aún no sé qué será de mí, por lo que tengo entendido mi paso por esta casa se debe a la prolongada enfermedad de mi padre, al perecer formo parte de la rama familiar caída en desgracia; por lo que mi tía, amablemente, ha decidido encargarse de mí.

Con respecto al servicio religioso, no puedo quejarme. Me pareció muy divertido que fuésemos a una rectoría ubicada en Hunsford; ¡sí, imaginé que podría ser la misma del señor Collins! (Ay, como detesto a ese personaje), pero como dije: no me quejo. Aunque esperé en todo momento que, Lady Catherine de Bourgh, nos honrara con su presencia.

Las personas parecen amables, han logrado que no me sienta fuera de lugar. Mis primas tratan de ayudarme en lo pueden; antes de entrar a la iglesia imité su comportamiento, en mi opinión lo hice a la perfección. El lenguaje y la conducción en ésta sociedad no me resultan ajenos, se me da bastante bien.
Lecciones del día… debo ser encantadora y considerar la discreción como una aliada. He debido comenzar a familiarizarme con la locura, pues no existe otra razón para recordar a personajes tan odiosos en una situación como la mía.