domingo, 12 de octubre de 2014

Corrigiendo mis pasos




Con el firme propósito de mejorar la historia que había comenzado a publicar en forma de diario la lleve al taller literario al que me incorporé en la transición del otoño. Confieso que, tras su publicación en el blog, mejoré algunos pasajes; con la extensión del texto no solo busqué acoplarme a la exigencia de presentarla a mis compañeros que llevan un  largo camino recorrido, porque también el deseo de entregar algunos detalles se hizo presente.

Finalmente, luego de acoger algunas de las opiniones, quiero compartir el resultado. Espero que con todo lo realizado la esencia del texto se vea fortalecida. Y como la entrada anterior no se eliminará podrán comparar ambas, si en alguna oportunidad desean hacerlo (verán lo tozuda que puedo ser a veces).

Aprovecharé esta instancia, además, para agradecer a Laura Peñafiel Manzanares por su constante preocupación: Lilian, la mejor forma que he encontrado para hacerlo es dedicándote la historia.     


“La vida puede resultar tremendamente difícil cuando se ha esperado vivir en otra época. A diferencia de muchos personajes a quienes la historia ha clasificado como adelantados para su tiempo, al parecer, yo nací tardíamente”.

No sé qué tan cierta puede resultar esta afirmación: en primer lugar, porque estoy muy lejos de ser un personaje que sea tomado en cuenta por la historia, aunque esté próxima a convertirme en uno, gracias a la inventiva de una mente con grandes fallas. Otra excusa y no menos válida me la entrega la razón: en un período donde todo está al alcance de la mano; donde no se debe esperar días para obtener la respuesta de un mensaje; o, donde las distancias, por lo general, no representan un problema debe ser difícil adaptarse a otra época  renunciando al presente una vez experimentadas las ventajas que nos ofrece.

Sin embargo, como la imaginación entrega grandes satisfacciones, me dispongo a cambiar de vida. El escenario no lo tengo claro, supongo que dejaré a Jane guiarme por sendas desconocidas, encender luces en pasajes poco claros de mi memoria, alegrar por un instante mis días. Le permitiré llenarme de sueños donde la realidad y la ficción puedan darse cita; claro, sin un conocimiento general de ellas.


Para Lilian, una gran escritora y amiga

Domingo, 27 de julio

Mi despertar ha sido sumamente extraño. En voces ajenas y a la distancia escuchaba mi nombre repetirse sin parar.

Las imágenes, que en un principio relacionaba con sueños poco claros, comenzaron a ser tan recurrentes y nítidas que llegué a pensar en la posibilidad de estar viviendo una vida anterior a la mía. Porque todo lo que experimentaba me parecía real, convincente y, a veces, hasta doloroso. Antes de abrir mis ojos esta mañana (en días precedentes apenas podía funcionar) ya no era capaz de levantarme a las seis como tenía por costumbre. Mis noches se convirtieron en un día más, transité por lugares que, hasta entonces, no conocía. Relacionándome con personas a las que mi conciencia no establecía como reales ni cercanas.

Tras varios sucesos de similares características, decidí dejar un registro de lo que ocurría cada vez que era llevada de manera irregular a otros escenarios. Comencé, los últimos tres días, con anotaciones en una libreta cuando despertaba.

A pesar del corto tiempo que logré rescatar parte de mis historias nocturnas me di cuenta que llevaban cierta cronología, que no eran hechos apartados o distantes entre sí, como imaginé en un principio. Aún no logro descifrar si fue el cansancio o la ansiedad quien motivó la decisión de no conformarme con solo una parte de los recuerdos; deseaba saber todo, rescatar hasta el último detalle de mis propios sueños. Adopté una idea que pasó fugazmente por mi cabeza: si sentía cansancio de vivir mis sueños en cierta medida se debía a que era llevada a un plano físico, así que podría, aparte de mi propia persona, llevar un elemento que me sirviera para registrarlos. Lo que llevara conmigo a esos viajes tendría que ser algo que pudiera tener a mano, fácil de transportar, y de ocultar a otros. Entre varios objetos un cuaderno se presentó ante mí como una opción cómoda y segura. Con sorpresa he descubierto que mi elección ha sido acertada, no he perdido el cuaderno; y ahora, al encontrarme sola, me dispongo a redactar parte de lo vivido.

En el transcurso de la mañana nadie parecía sorprendido por mi presencia; es más, me atrevería a pensar que llevan un tiempo tratando conmigo, no solo porque me esperaban para comenzar a desayunar, tal como lo indicó una de las muchachas que fue a despertarme, mientras la otra dejaba sobre la cama el vestido que me he visto obligada a llevar gran parte del día. Confieso que no representó dificultad alguna el vestirme. Di utilidad a casi todo lo que dejaron. Con lo que no pude lidiar fue con mi cabello, opté por trenzar la mitad superior y dejar suelto el resto. Durante el desayuno se dio la orden, a una de mis compañeras, que debía recoger mi cabello por completo; la decisión se justificaba por lo inconveniente que sería para todas las mujeres de la familia si por capricho llegaba a presentarme así en la iglesia.

Quizás, exagere pero… el saber que debía acudir a la iglesia fue como un castigo para mí. Aún me cuesta trabajo imaginar la cara que puse cuando se terminó el juicio en mi contra, desde muy pequeña había decidido cortar todo lazo con la religión. Hace mucho tiempo posicioné a Dios un eslabón más arriba que a nuestras explicaciones humanas. Significa más que sentarse un domingo a escuchar a una persona que, a su vez, trata de hacer calzar sus ideas con las de Dios. Él es quien es, y no requiere de explicaciones ni siquiera que nosotros aceptemos su existencia.

Más tarde me enteré que mi actitud no pasó desapercibida, pues Cassandra, como tuve ocasión de saber que se llamaba mi prima (a todo esto tengo una familia en el 1800) me dijo que su madre era bastante estricta y que no dejaba ningún detalle al azar. Expresó su entera conformidad frente a mi actitud, puesto que consideraba cualquier punto de desencuentro con su madre un triunfo; no importaba la persona ni la situación o el momento en que sucediera, solo debía pasar.

Aún no sé qué será de mí. Cassandra, fue bastante amable al ponerme al tanto de mi situación. Por lo que tengo entendido mi paso por esta casa se debe a la prolongada enfermedad de mi padre. Al perecer, formo parte de la rama familiar caída en desgracia; por lo que mi tía, amablemente, ha decidido encargarse de mí. Lo preocupante de esto es que ni teniendo al lado a mi padre, me refiero al de esta época, lo reconocería.

Con respecto al servicio religioso, no puedo quejarme. Me pareció muy divertido que fuésemos a la iglesia de una rectoría ubicada en Hunsford; ¡sí, imaginé que podría ser la misma del señor Collins!, uno de esos personajes detestables, aunque necesario. Pero como dije: no me quejo. Debo confesar que, por absurdo que parezca, esperé en todo momento la aparición de Lady Catherine de Bourgh; anhelé que nos honrara con su presencia y nos dirigiera con su toque natural e impertinente.

Las personas parecen amables, han logrado que no me sienta fuera de lugar. Mis primas tratan de conducirme lo mejor que pueden. Antes de entrar a la iglesia imité su comportamiento, en mi opinión lo hice a la perfección. El lenguaje y las formas en esta sociedad no me resultan ajenos; se me dan bastante bien.

Este día he llegado a dos conclusiones importantes: la primera, es que debo considerar la discreción como una aliada. Durante estas horas he podido darme cuenta de la atención que ponen a cada palabra; es como si esperaran que de algo tan simple como un monosílabo pudiese salir algo distinto a un no o a un sí.

Y la segunda, es preocupante, pues he debido comenzar a  familiarizarme con la locura, pues no existe otra razón para recordar a personajes tan odiosos en una situación como la mía.