Con el firme
propósito de mejorar la historia que había comenzado a publicar en forma de
diario la lleve al taller literario al que me incorporé en la transición del otoño.
Confieso que, tras su publicación en el blog, mejoré algunos pasajes; con la
extensión del texto no solo busqué acoplarme a la exigencia de presentarla a
mis compañeros que llevan un largo
camino recorrido, porque también el deseo de entregar algunos detalles se hizo
presente.
Finalmente,
luego de acoger algunas de las opiniones, quiero compartir el resultado. Espero
que con todo lo realizado la esencia del texto se vea fortalecida. Y como la entrada
anterior no se eliminará podrán comparar ambas, si en alguna oportunidad desean
hacerlo (verán lo tozuda que puedo ser a veces).
Aprovecharé
esta instancia, además, para agradecer a Laura Peñafiel Manzanares por su
constante preocupación: Lilian, la mejor forma que he encontrado para hacerlo
es dedicándote la historia.
“La vida
puede resultar tremendamente difícil cuando se ha esperado vivir en otra época.
A diferencia de muchos personajes a quienes la historia ha clasificado como
adelantados para su tiempo, al parecer, yo nací tardíamente”.
No sé qué
tan cierta puede resultar esta afirmación: en primer lugar, porque estoy muy
lejos de ser un personaje que sea tomado en cuenta por la historia, aunque esté
próxima a convertirme en uno, gracias a la inventiva de una mente con grandes
fallas. Otra excusa y no menos válida me la entrega la razón: en un período
donde todo está al alcance de la mano; donde no se debe esperar días para
obtener la respuesta de un mensaje; o, donde las distancias, por lo general, no
representan un problema debe ser difícil adaptarse a otra época renunciando al presente una vez experimentadas
las ventajas que nos ofrece.
Sin embargo,
como la imaginación entrega grandes satisfacciones, me dispongo a cambiar de
vida. El escenario no lo tengo claro, supongo que dejaré a Jane guiarme por
sendas desconocidas, encender luces en pasajes poco claros de mi memoria,
alegrar por un instante mis días. Le permitiré llenarme de sueños donde la
realidad y la ficción puedan darse cita; claro, sin un conocimiento general de
ellas.
Para Lilian, una gran escritora y amiga
Domingo, 27 de julio
Mi despertar
ha sido sumamente extraño. En voces ajenas y a la distancia escuchaba mi nombre
repetirse sin parar.
Las imágenes,
que en un principio relacionaba con sueños poco claros, comenzaron a ser tan
recurrentes y nítidas que llegué a pensar en la posibilidad de estar viviendo una
vida anterior a la mía. Porque todo lo que experimentaba me parecía real,
convincente y, a veces, hasta doloroso. Antes de abrir mis ojos esta mañana (en
días precedentes apenas podía funcionar) ya no era capaz de levantarme a las
seis como tenía por costumbre. Mis noches se convirtieron en un día más, transité
por lugares que, hasta entonces, no conocía. Relacionándome con personas a las
que mi conciencia no establecía como reales ni cercanas.
Tras varios
sucesos de similares características, decidí dejar un registro de lo que
ocurría cada vez que era llevada de manera irregular a otros escenarios. Comencé,
los últimos tres días, con anotaciones en una libreta cuando despertaba.
A pesar del
corto tiempo que logré rescatar parte de mis historias nocturnas me di cuenta
que llevaban cierta cronología, que no eran hechos apartados o distantes entre
sí, como imaginé en un principio. Aún no logro descifrar si fue el cansancio o
la ansiedad quien motivó la decisión de no conformarme con solo una parte de los
recuerdos; deseaba saber todo, rescatar hasta el último detalle de mis propios
sueños. Adopté una idea que pasó fugazmente por mi cabeza: si sentía cansancio
de vivir mis sueños en cierta medida se debía a que era llevada a un plano
físico, así que podría, aparte de mi propia persona, llevar un elemento que me
sirviera para registrarlos. Lo que llevara conmigo a esos viajes tendría que
ser algo que pudiera tener a mano, fácil de transportar, y de ocultar a otros. Entre
varios objetos un cuaderno se presentó ante mí como una opción cómoda y segura.
Con sorpresa he descubierto que mi elección ha sido acertada, no he perdido el
cuaderno; y ahora, al encontrarme sola, me dispongo a redactar parte de lo
vivido.
En el
transcurso de la mañana nadie parecía sorprendido por mi presencia; es más, me
atrevería a pensar que llevan un tiempo tratando conmigo, no solo porque me esperaban
para comenzar a desayunar, tal como lo indicó una de las muchachas que fue a
despertarme, mientras la otra dejaba sobre la cama el vestido que me he visto
obligada a llevar gran parte del día. Confieso que no representó dificultad
alguna el vestirme. Di utilidad a casi todo lo que dejaron. Con lo que no pude
lidiar fue con mi cabello, opté por trenzar la mitad superior y dejar suelto el
resto. Durante el desayuno se dio la orden, a una de mis compañeras, que debía
recoger mi cabello por completo; la decisión se justificaba por lo inconveniente
que sería para todas las mujeres de la familia si por capricho llegaba a
presentarme así en la iglesia.
Quizás, exagere
pero… el saber que debía acudir a la iglesia fue como un castigo para mí. Aún
me cuesta trabajo imaginar la cara que puse cuando se terminó el juicio en mi
contra, desde muy pequeña había decidido cortar todo lazo con la religión. Hace
mucho tiempo posicioné a Dios un eslabón más arriba que a nuestras
explicaciones humanas. Significa más que sentarse un domingo a escuchar a una
persona que, a su vez, trata de hacer calzar sus ideas con las de Dios. Él es
quien es, y no requiere de explicaciones ni siquiera que nosotros aceptemos su
existencia.
Más tarde me
enteré que mi actitud no pasó desapercibida, pues Cassandra, como tuve ocasión
de saber que se llamaba mi prima (a todo esto tengo una familia en el 1800) me
dijo que su madre era bastante estricta y que no dejaba ningún detalle al azar.
Expresó su entera conformidad frente a mi actitud, puesto que consideraba
cualquier punto de desencuentro con su madre un triunfo; no importaba la
persona ni la situación o el momento en que sucediera, solo debía pasar.
Aún no sé
qué será de mí. Cassandra, fue bastante amable al ponerme al tanto de mi
situación. Por lo que tengo entendido mi paso por esta casa se debe a la
prolongada enfermedad de mi padre. Al perecer, formo parte de la rama familiar caída
en desgracia; por lo que mi tía, amablemente,
ha decidido encargarse de mí. Lo preocupante de esto es que ni teniendo al lado
a mi padre, me refiero al de esta época, lo reconocería.
Con respecto
al servicio religioso, no puedo quejarme. Me pareció muy divertido que fuésemos
a la iglesia de una rectoría ubicada en Hunsford; ¡sí, imaginé que podría ser la
misma del señor Collins!, uno de esos personajes detestables, aunque necesario.
Pero como dije: no me quejo. Debo confesar que, por absurdo que parezca, esperé
en todo momento la aparición de Lady Catherine de Bourgh; anhelé que nos
honrara con su presencia y nos dirigiera con su toque natural e impertinente.
Las personas
parecen amables, han logrado que no me sienta fuera de lugar. Mis primas tratan
de conducirme lo mejor que pueden. Antes de entrar a la iglesia imité su
comportamiento, en mi opinión lo hice a la perfección. El lenguaje y las formas
en esta sociedad no me resultan ajenos; se me dan bastante bien.
Este día he
llegado a dos conclusiones importantes: la primera, es que debo considerar la
discreción como una aliada. Durante estas horas he podido darme cuenta de la
atención que ponen a cada palabra; es como si esperaran que de algo tan simple
como un monosílabo pudiese salir algo distinto a un no o a un sí.
Y la
segunda, es preocupante, pues he debido comenzar a familiarizarme con la locura, pues no existe
otra razón para recordar a personajes tan odiosos en una situación como la mía.