¡Hola!
¿Cómo han estado? Sería una alegría saber que todo va como ustedes esperan.
Como
se habrán dado cuenta hace mucho que no publicaba nada. Quisiera prometer
tantas cosas sobre la periodicidad de las entradas, pero no estoy en
capacidad de cumplir. Así que bueno, dejo lo siguiente; espero que les guste y
si quieren comentar, agradezco mucho su tiempo, cariño y consejos.
Miércoles, 30 de julio
Las
noches se han convertido en un refugio y, es paradójico considerando que unos
días atrás no tenía sosiego en ellas. La tranquilidad que proporcionan al
ajetreo del día me ayuda a pensar y aunque no pueda sacar nada en limpio, por
lo menos, contribuyen a determinar el curso de mis acciones para el día
siguiente.
Como
hasta ahora no me he atrevido a traspasar los lindes de esta propiedad, solo
conozco los alrededores de la casa y el camino hasta la iglesia. El lugar posee
el encanto que se ve en las películas. En su entorno, el verde se levanta
como una muralla impenetrable de árboles que lo cubre todo; la casa con paredes
de incansable altura ha comenzado a ser adornada con los dispersos brotes de
flores que surgen en las enredaderas. El dominante gris exterior de la
estructura contrasta de manera poderosa con la calidez de cada rincón que he
podido conocer. No sé dónde está la magia, quizás se encuentra en la
disposición de las habitaciones o en los muebles que aquí son iguales a los que
anhelé tener desde niña.
Creo
que de no tener registrados los sucesos de estos últimos días, me consideraría
víctima del delirio o lisa y llanamente de una brujería. El vivir en esta casa
no sería una verdadera tortura si la gobernanta (palabra curiosa con la que he
logrado definir el poderío que una mujer puede alcanzar en el hogar), no me
considerara su peor enemiga. No niego lo extraño que suena al escribirlo,
porque si la memoria no me falla… solo llevo aquí tres días.
Antes
que llegase la modista a realizar la prueba con los vestidos que mandaron
confeccionar para mí, solicité a Cassandra que me contara todo lo que sabe de
mí. Por la expresión reflejada en su rosto le costó entender que hablaba en
serio cuando le pedí información precisa. Hasta el momento es la única persona
con la he logrado establecer un poco de cercanía. Con Anne, su hermana, sucede
algo extraño. No sé la proporción exacta que pueda atribuir de su comportamiento
a la timidez, parece ser una chica solitaria y siempre enfadada. A la hora que
nos conducíamos a realizar nuestra labor, le oí decir que ése era el momento
solemne en que las mujeres de cualquier casa respetable de Inglaterra hacían
algo para justificar su existencia. Atraída por el sarcasmo de su comentario me
decidí a observarla. La serenidad de sus movimientos debe guardar poca relación
con la tempestad que, sin duda, existe en su interior. Esta tarde, al fijar su
vista en la ventana, me dio la impresión que veía un mundo distinto al pequeño
jardín que, en la actualidad, se encuentra floreciente; si continúo aquí
trataré de entablar amistad con ella.
La
convicción de Cassandra al hablar de mi vida me obliga a pensar en la
ingenuidad humana. En su versión, la primera vez que me vio y supo de mi
existencia, fue el domingo recién pasado, cuando su madre les pidió que me
despertaran y les contó la razón por la que se veía obligada a cuidarme. Lo que
hizo en un principio, no fue más que repetir lo que ya sabíamos las dos; más
tarde agregó la forma especial en que yo debí de arribar a la casa, ya que
nadie, excepto su madre, tenía conocimiento de mi llegada la noche anterior. Lo
qué no sabía precisar era si el hecho se produjo la noche del sábado o la
madrugada del domingo. Me inquietó que ella diera importancia a un asunto que
no lo merecía y que de su cabeza se alejara toda posibilidad de entendimiento
racional. Al parecer la señora Allen tiene todo controlado, incluso, el
pensamiento de sus hijas.
Espero
que Mrs. Norris, apodo que he decidido darle a la gran señora, no me haga
sufrir como lo hizo la original con Fanny. Por ahora, el hacerme guardar
silencio cuando ve que mis ideas se escapan a su control, se está volviendo
común (algo que por aquí parece cobrar vida es a lo que mi hermana siempre
hacía referencia: que lo común terminara por aceptarse). Espero que no se
atreva a poner obstáculos a mi comportamiento frente a personas ajenas a la
casa. No podría soportar una situación de esa naturaleza y, por el momento, al
no conocer a nadie más, no estoy en condiciones para un ataque de orgullo,
dignidad o como me atreva a llamarle dada la ocasión.
Mientras
que en casa, el invierno, hace poco más de treinta días reclamó su territorio,
aquí el verano, comienza a vivirse en pleno. Y por conocido e insignificante
que sea el recordar que las estaciones se dan de forma inversa en cada polo,
preciso escribirlo para no olvidar de donde vengo.
Pasando
a un tema frívolo, el vestuario va muy bien. No sabía lo bello que podía lucir
el blanco más que en las novias. “Acá es cotidiano ver a las damas utilizando
ése color en las reuniones importantes” (dato entregado por la modista, luego
de ver mi cara de horror cuando sacó uno de los vestidos). Los accesorios como
los sombreros y esas cosas los he debido adornar yo misma. Hace tres días no
tenía idea de cómo tomar una aguja y ahora la manejo con mediana maestría, y,
aunque nunca supe combinar colores por ser el patito feo en todas partes, al
parecer aquí no lo hago tan mal; bueno, es cierto que he recibido bastante
ayuda. Siento algo de alegría al saber que en otra época, por lo menos, en la
moda no me quedo atrás.
3 comentarios:
Uy me agrado leerte de nuevo. Un relato muy bien llevado y muy dulce . Te mandoun abrazo
Hola Jennieh.
Me he alegrado muchísimo de volver a leerte.
¡Por favor, no estés tan desaparecida! Me está dando mucha envidia la protagonista de tu novela. Poder viajar en el tiempo hasta principios del siglo XIX tiene que ser algo emocionante.
No sé porqué, pero presiento que podría conocer a Jane Austen. ¡Ojala yo fuera ella!
Un fuerte abrazo.
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